viernes, 5 de junio de 2009

Persiguiendo castillos.

No sé si es común al resto de mortales la fascinación por observar a los transeúntes, pero ayer, al salir del trabajo, me senté en un destartalado banco, encendí un cigarro, y miré a la gente pasar.
Quienes dicen que la cara es el espejo del alma es que aún no ha aprendido a interpretar. Son muchas cañas solitarias en terracitas de verano, muchos paseos sin destino, y ya unos cuantos años ejerciendo de "mirón" casi casi cualificado, para saber que son las manos las que verdaderamente hablan de nosotros.
Manos inquietas, nerviosas, manos calmas, manos duras, blandas, amaneradas, elegantes, estilizadas, sensibles, cobardes, trabajadas...
Y es ahora, ahora que dejé de estar cuerdo, cuando cobran, para mí, esos apéndices, mayor importancia. Quizá porque ya no miro igual que miraba, quizá porque lo que quiero a estas alturas de la vida, de mi vida, es una mano que me acaricie y no una cara.

1 comentario:

ElChicoDeLaNoria dijo...

Los ojos, siempre los ojos... o mejor dicho, la mirada.