jueves, 25 de febrero de 2010

Recuerdos disfrazados de un hombre sin memoria.

La lluvia siempre ha estado íntimamente relacionada con todos y cada uno de los momentos importantes acaecidos en mi trabajada vida.

Ya en mi nacimiento, narraba mi madre que una estruendosa tormenta, que inundó el cielo de luces y sombres, fue el prólogo de unos dolores terribles, que un mes antes de lo que presagiaban, en aquella época no eran más que eso, presagios, tuvieron como final, no del todo feliz, pues el parto provoco en mi madre una ceguera parcial de la que nunca se recuperó, el nacimiento de quien les habla.

En el transcurrir de mi infancia y adolescencia, son muchos los días mojados que vienen a mi cabeza, el día que tuve mi primera bicicleta... aquella vez, que con apenas doce años me atreví a besar a María, la chica más guapa y presumida del colegio al que asistía... el entierro de mi abuelo, que a falta de otro, fue mi padre... el día que decidí que sería médico... el día que apareció Sacha, mi perro, en la puerta de mi casa, empapado, con una mirada bella y lastimera suplicándome auxilio...

El dìa que llegaste también llovía. Recuerdo tu sonrisa debajo de ese gran paraguas gris en el que, de tan canija que eras, te perdías.

Anoche estuvimos hablando hasta la madrugada, de si nos seguíamos queriendo, de por qué ya no era igual, de cómo el calor llevó a la tibieza, de cómo lo tibio ha de dejar o no necesariamente paso a lo frío...

Y hoy llueve... Llueve y tengo miedo.

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